miércoles, 17 de febrero de 2010

El papel de los padres



Aunque los niños puedan nacer con cierta tendencia genética hacia el altruismo, la familia ejerce una influencia importante para promover ese comportamiento. El amor y el respeto hacia los hijos es una de las mejores formas de promover el altruismo, ya que estos niños se sienten seguros con el amor de sus padres y no tienen dudas de que les quieren.


Los niños que en la etapa de la infancia y primeros pasos tuvieron un vínculo afectivo seguro con sus padres, tienen más probabilidades de responder ante la aflicción de otros niños, tienen más amigos y sus profesores los consideran más competentes socialmente.


Los padres de estos niños enseñan con su ejemplo y enseñan a sus hijos a ponerse en el lugar de los demás, con preguntas como: ¿Cómo te sentirías tú si fueras ella? ¿Cómo crees que se siente Juan por haberse quedado sin el pastel que le has quitado? Es decir, si un niño se lleva algo que no es suyo, no le dan una charla sobre la honestidad ni le pegan o le llaman malo, sino que tratan de apelar a sus sentimientos y empatía.


Los niños altruistas saben que sus padres esperan de ellos honestidad y caridad, y que cumplan con sus responsabilidades en el hogar. Además, estos padres buscan también otros modelos y leen cuentos o muestran a sus hijos programas de televisión que enseñen empatía, cooperación y participación. Estos programas ayudan a los niños a ser compasivos, generosos y caritativos.

Niños altruistas son más felices




Conseguir que los niños crezcan más felices se logra incentivandoles, inculcándoles valores espirituales, como la alegría de vivir o la importancia de la amistad.

Eso fue lo que demostró un estudio realizado por investigadores de la Universidad de la Columbia Británica, en Canadá, y publicado en la revista 'Journal of Happiness Studies'.

El trabajo dirigido por el doctor Mark Holder, dice que los niños que sienten que sus vidas tienen un sentido y que creen en valores, como la amistad, son más felices. Sin embargo, las prácticas religiosas ejercen un efecto mucho menor en la felicidad del niño.

La relación entre espiritualidad, como sistema de creencias que cada persona para sentirse fuerte y cómodo, y religiosidad han sido siempre relacionadas con el incremento de la felicidad en adultos y adolescentes. Sin embargo, se han realizado pocos trabajos para averiguar si esta situación se daba también en los niños.

La investigación dirigida por Holder analizó a 320 niños con edades entre los 8 y 12 años, procedentes de cuatro escuelas públicas y dos colegios religiosos. Los niños completaron seis cuestionarios diferentes para medir su nivel de felicidad, espiritualidad, religiosidad y sus temperamentos. Los padres también fueron interrogados sobre la felicidad y el carácter de sus hijos.

Los autores descubrieron que los menores que decían ser más espirituales eran también más felices. Valores personales como la alegría de vivir y comunales, como la calidad y profundidad de sus relaciones, resultaron ser importantes índices para predecir los diferentes niveles de felicidad entre los niños.

También el temperamento de los menores fue un valioso predictor de su felicidad, pues que los niños más felices son también los más sociables y los menos callados.

La relación entre la espiritualidad y la felicidad se mantenía fuerte, incluso cuando los autores tenían también en cuenta el temperamento del menor.

En contraste, la religiosidad, entendida como acudir a misa, rezar o meditar, demostraron tener un efecto mucho menor en la felicidad de los niños.

Aumentar los valores personales puede ser la clave de la relación entre espiritualidad y felicidad, indicaron los autores, quienes apuntan que incentivar la amabilidad con los demás y los actos altruistas puede ayudar a hacer a los niños más felices.

sábado, 13 de febrero de 2010

Niños que se preocupan por los demás



Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Zurich (Suiza) y del Instituto Max-Planck (Alemania), los niños son altruistas a partir de los 7 años de edad. Para llegar a esta conclusión tomaron los datos de un grupo de 229 niños con edades comprendidas entre los 3 y los 8 años.

Ernst Fehr, uno de los principales responsables del estudio, plantea una nueva prueba para determinar la aparición del altruismo a un grupo de niños de entre 3 y 8 años. Se dividen a los niños en dos grupos y se les plantean dos posibilidades, la de conseguir ganar un caramelo para ellos solos o la posibilidad de ganar dos caramelos y compartir el premio con uno de los miembros del grupo el premio.

Los niños de entre 3 y 4 años de edad preferían no darle un caramelo al compañero, aunque los dos caramelos fueran iguales. En cambio, los niños de 7 y 8 años de edad elegían mayoritariamente la segunda opción, ofrecían un caramelo a otro miembro del grupo. En este caso parece ser que la relación social influía, los niños daban el caramelo a los niños que eran más afines y que más conocían.

El altruismo debe relacionarse con las etapas de desarrollo de cada niño y también debe influir el ambiente en el que esten. Una educación en la que los niños lo tienen todo, que están colmados de caprichos, puede provocar mayor egoísmo en los niños, es lo que afirman algunos expertos psicólogos.

Los niños altruistas tienen una avanzada capacidad de razonamiento y son capaces de asumir el rol de otros. También son activos y tienen una mayor confianza en sí mismos. El resto de los niños suelen preferirlos como compañeros de juegos.

jueves, 11 de febrero de 2010

¿Qué es el altruismo?



El termino altruismo proviene del francés antiguo "altrui" que significa: de los otros y se puede entender como el comportamiento que aumenta las probabilidades de supervivencia de otros a costa de una reducción de las propias. Es decir, es un sacrificio personal por el beneficio de los demás. Se refiere a la conducta humana y es definido como ¨la preocupación o atención desinteresada por el otro o los otros¨, caso contrario del egoísmo. Existen diferentes puntos de vista sobre el significado y alcance del altruismo.

1. Amar a otros como a uno mismo. 2. Comportamiento que promueve las oportunidades de supervivencia de otros a costa de las propias. 3. Sacrificio personal por el beneficio de otros. Algunos investigadores afirman que el altruismo nace en el hombre antes de los dos años de edad, lo que marcaría una tendencia natural a ayudar. En el ámbito religioso, y aunque no hay referencia al término “altruismo”, existen escuelas religiosas, filosóficas o espiritualistas que consideran la bondad como natural en el ser humano, y predican la necesidad de practicarlo diariamente. El término altruismo lo forjó el filósofo Augusto Comte, padre del positivismo. La idea del filósofo fue aportar el término opuesto a egoísmo, que no acaba de serlo la palabra generosidad, pues en ella no se explicita que el beneficiario de la misma sea precisamente el otro. Hay dos aspectos que definen el altruismo: La simpatía y el compromiso. La simpatía se apoya sobre valores de bondad y caridad. El compromiso considera un acto que se sabe va a beneficiar más a otro que a sí mismo, implicando un sacrificio personal. El compromiso se inscribe en una ética de la responsabilidad. Porque se trata de actuar concretamente sobre el presente y sobre el futuro para proporcionar mayor bienestar al resto de la sociedad, implicando una inversión personal para el desarrollo de bienes comunes. El altruismo y la solidaridad tienen una dimensión claramente humana y de servicio a la sociedad que se pone a prueba si para prestar ayuda a los demás tenemos que renunciar a beneficios propios, inmediatos y significativos.

Los altruistas optan por alinear su bienestar con el de los demás. De tal modo son felices cuando otros prosperan, y se entristecen cuando otros sufren. Siendo el prójimo una fuente más natural de autoestima que la posesión de objetos materiales, el altruismo resulta más edificante que el excesivo énfasis en uno mismo, que es psicológicamente dañino, erosiona la sociedad y alimenta el surgimiento del consumismo.